Palabras de despedida – Lucas 23:32–43
Escrito por Gordon Sparks
Cuando asesinaron a Jesús, no estaba solo. Había personas paradas alrededor mirando la escena.
Había gobernantes y soldados que se burlaban de él (35–36). Además, estaban las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y otros conocidos, velando a la distancia (49).
También había personas que estaban físicamente más cerca de él: un hombre a su derecha y otro a su izquierda. Jesús y esos dos hombres habían sido levantados en unas cruces allí, en público, para morir (32–33).
Hablaron. Conversaron. Fue algo íntimo. Aunque otros podían escucharlos, la urgencia de su terror compartido los aislaba de los demás.
Es posible que la propia intimidad de la conversación espontánea les recordara a personas observadoras de otros intercambios semejantes que Jesús sostuvo durante los tumultuosos años de su breve ministerio. De hecho, esas conversaciones proveían detalles de mucho de lo que Jesús reveló de Dios el Padre. Es sabio, por eso, explorar esos eventos interpersonales extemporáneos para descubrir lo que Jesús nos está diciendo a cada uno de nosotros. La verdad resplandecía en cada encuentro personal y particular que el Maestro sostenía. En esos encuentros hay algo para ti, para mí y para toda la humanidad; para cada persona individualmente.
Sin embargo, ¿qué pasó con esa conversación entre los tres hombres que colgaban en aquellas cruces? Primero, Jesús habla dirigiéndose a Dios: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (34). Él enseñó a sus seguidores a poner la otra mejilla, a amar a sus enemigos, a no tomar represalias, en otras palabras, no darles a los que les hicieran daño un tratamiento igualmente perjudicial.
Relacionada con esta enseñanza, sobre no tomar represalias, estaba la que siempre impartía sobre el perdón. Una vez enseñó a Pedro a ofrecerle perdón a quien lo ofendiera “setenta veces siete”, lo que significa perdón sin límite. Eso era una enseñanza. Pero lo que sucede ahora ¡es tortura! Sin embargo, Jesús es coherente. Él establece el tono de la conversación —entre tres personas— al rogarle a Dios que perdonara a sus torturadores por causa de su ignorancia: por eso dijo: «No saben lo que hacen».
El siguiente orador es el más breve. Lo desafía y le dice a Jesús: «¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros!» (39). Su contribución a la conversación es la menos original. Lo que le dice a Jesús es lo que la gente alrededor de las cruces está diciendo, muchos en tono de burla.
El otro hombre interviene en la conversación para reprender al orador anterior, exponiendo la actitud de este como negligente y endurecida, que no muestra ningún temor de Dios (40–41). Y esta conciencia por parte de este orador, lo presenta —aunque es un criminal— como un hombre sabio, al menos por el momento, y a quien vale la pena escuchar. El hecho de que tal sabiduría —a menudo— fluya de los marginados de la sociedad —en este caso, de un criminal condenado— es característico de la manera en que Dios trabaja.
Jesús celebra esta realidad cuando ora: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los niños» (Mateo 11:25–26). «Los sabios, frecuente y tristemente, tropiezan con su propia sabiduría; son ellos(ellas) que son como niños(as)… los que esperan a Dios y su provisión» (Hagner 318). Mientras leía y releía este pasaje, me di cuenta de que, con solo una pequeña adaptación de su comentario, este hombre fácilmente podría estar hablándole a usted como a mí:
¿(Diga su nombre aquí) teme a Dios, en otras palabras, le presta atención y le responde apropiadamente considerando la santidad de Dios? (40)
¿Se da cuenta (mencione su nombre) de que, a causa de sus pecados, está bajo sentencia de muerte? (41a)
¿Reconoce (diga su nombre) que este hombre-Dios —Jesús— siendo inocente, por amor, sufrió la muerte como sacrificio por usted? (41b)
El último comentario de este orador es una petición: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino» (42). El reino de Jesús es el reino de Dios. Él es la regla legítima de la creación. Es la voluntad de Dios cumpliéndose «en la tierra como en el cielo» (Mateo 6:10) a la manera mansa y compasiva de Dios. Eso ya comenzó en el ministerio de Jesús (Marcos 1:15; Lucas 11:20), pero esperamos que se complete con su retorno y la restauración de todas las cosas (Mateo 19:28; Hechos 3:21). No es un tiempo, si no la edad venidera (Marcos 10:30; Lucas 18:30; Efesios 2:7).
Entonces Jesús habla de nuevo. Y responde, con esperanza, al último orador: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso» (43). Hay otros dos pasajes en Lucas, en los que el Señor anuncia que la salvación está llegando «hoy»: Primero, al inaugurar su misión en la sinagoga de Nazaret, cuando cita Isaías 61, diciendo que «el Espíritu del Señor está sobre él, que lo ha ungido para proclamar buenas nuevas a los pobres, libertad a los cautivos, dar vista a los ciegos… en presencia de ustedes» (Lucas 4:18–21). La segunda referencia a la llegada de la salvación «hoy» es en el encuentro de Jesús con Zaqueo. El recaudador de impuestos baja del árbol. Jesús dice que tiene que quedarse en la casa de Zaqueo. Este, felizmente, le extiende una bienvenida a Jesús y entonces dice: «Mira, Señor: Ahora mismo voy a darles a los pobres la mitad de mis bienes y, si en algo he defraudado a alguien, le devolveré cuatro veces la cantidad que sea». Jesús responde: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa» (Lucas 19:1–9). Me pregunto si «la inmediatez de la salvación» (Green 823) se destaca en estos tres casos porque, en cada uno de ellos, las personas experimentan sufrimiento severo: pobreza, esclavitud, ceguera, opresión, injusticia económica y tortura. Lo que le sucederá «hoy» al hombre a quien el Maestro le habla es que estará con Jesús «en el paraíso». Esto se refiere al «jardín de Dios», una «imagen de la nueva creación» que retrata la edad venidera (Green 823). Jesús le asegura, aunque por un tiempo estará ausente en el cuerpo, que estará presente ante el Señor (2 Corintios 5:8).
¿Qué le dice esta conversación a usted? ¿Que tome represalias? ¿Que perdone? ¿Cómo contesta esas preguntas? Confíe y siga a Jesús hoy. Florecerá hoy, como nunca antes, y para siempre.